- Señor, protege nuestras dudas, porque la Duda es una forma de rezo. Ella es la que nos hace crecer, porque nos obliga a mirar sin miedo las muchas respuestas a una misma pregunta, y para que eso sea posible,
- Señor, protege nuestras decisiones, porque la Decisión es una forma de rezar. Danos valor para ser capaces, después de dudar, de elegir entre un camino y otro. Que nuestro sí sea siempre un Sí y nuestro NO,sea siempre un No que una vez elegido el camino, nunca miremos atrás ni dejemos que nuestra alma sea roída por el remordimiento y, para que eso sea posible,
- Señor, protege nuestras acciones, porque la Acción es una forma de rezar. Haz que el pan nuestro de cada día sea fruto de lo mejor que llevamos dentro de nosotros mismos, que podamos, mediante el trabajo y la Acción, compartir un poco del amor que recibimos, y para que eso sea posible,
- Señor, protege nuestros sueños, porque el Sueño es una forma de rezar. Haz que, independientemente de nuestra edad o nuestras circunstancias, seamos capaces de mantener encendida en el corazón la llama sagrada de la esperanza y la perseverancia y, para que eso sea posible,
- Señor, danos siempre entusiasmo, porque el Entusiasmo es una forma de rezar. Él es el que nos vincula con el cielo y la tierra, con los hombres y los niños, y nos dice que el deseo es importante y merece nuestro esfuerzo. Él es el que nos dice que todo es posible, siempre que estemos totalmente comprometidos con lo que hacemos, y para que eso sea posible,
- Señor, protégenos, porque la Vida es la única forma que tenemos de manifestar tu milagro. Que la tierra siga transformando la semilla en trigo, que sigamos transmutando el trigo en pan. Y eso sólo es posible, si tenemos Amor: por tanto, nunca nos dejes en soledad. Danos siempre tu compañía y la compañía de los hombres y mujeres que abrigan dudas, actúan, sueñan, se entusiasman y viven como si todos los días estuvieran totalmente dedicados a tu gloria.
Amén.
P.C. en "Como el río que fluye"
domingo, 19 de octubre de 2008
jueves, 2 de octubre de 2008
Mi cementerio
Le tengo horror a los hospitales, los fríos corredores, las salas de espera, antesalas de la muerte, y más aún, a los cementerios donde las flores pierden su vigor. No hay flor bonita en el camposanto.
Tengo, con todo, un cementerio mío, personal. Yo lo construí e inauguré hace algunos años, cuando la vida maduró mis sentimientos; en él entierro a aquellos que maté, o sea, a aquellos que dejaron de existir para mí, aquellos que murieron: los que un día tuvieron mi estimación y la perdieron.
Cuando alguien va más allá de todos los límites y de hecho, me ofende, ya no me enojo, no me pongo furioso con él, no me peleo, no corto relaciones, no le niego el saludo. Lo entierro en mi cementerio -en él no hay tumbas familiares o túmulos individuales; los muertos yacen en la fosa común, en su promiscuidad ordinaria, en su grosería. Para mí el fulano murió, fue enterrado, haga lo que haga ya no puede lastimarme.
Raros entierros -menos mal- de un pérfido, de un perjuro, de un desleal, de alguien que faltó a la amistad, traicionó al amor y actuó interesadamente, falso, hipócrita, arrogante; la impostura y la presunción me ofenden fácilmente.
En el pequeño y feo cementerio sin flores, sin lágrimas, sin una pizca de Saudade (apenas traducible por nostalgia), se pudren unos cuantos sujetos y algunas arpias a unos y a otras barrí de la memoria, los saqué de la vida.
Encuentro en la calle a uno de esos fantasmas, me detengo a platicar, escucho, correspondo a las frases, los saludos, los elogios, acepto el abrazo, el beso fraterno de Judas; sigo adelante, el tipo piensa que me engañó una vez más, no sabe que está muerto y enterrado.
Cuando alguien va más allá de todos los límites y de hecho, me ofende, ya no me enojo, no me pongo furioso con él, no me peleo, no corto relaciones, no le niego el saludo. Lo entierro en mi cementerio -en él no hay tumbas familiares o túmulos individuales; los muertos yacen en la fosa común, en su promiscuidad ordinaria, en su grosería. Para mí el fulano murió, fue enterrado, haga lo que haga ya no puede lastimarme.
Raros entierros -menos mal- de un pérfido, de un perjuro, de un desleal, de alguien que faltó a la amistad, traicionó al amor y actuó interesadamente, falso, hipócrita, arrogante; la impostura y la presunción me ofenden fácilmente.
En el pequeño y feo cementerio sin flores, sin lágrimas, sin una pizca de Saudade (apenas traducible por nostalgia), se pudren unos cuantos sujetos y algunas arpias a unos y a otras barrí de la memoria, los saqué de la vida.
Encuentro en la calle a uno de esos fantasmas, me detengo a platicar, escucho, correspondo a las frases, los saludos, los elogios, acepto el abrazo, el beso fraterno de Judas; sigo adelante, el tipo piensa que me engañó una vez más, no sabe que está muerto y enterrado.
Jorge Amado/ Navegación de Cabotaje (1995)
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